Me avergüenza un poco no haber escrito más dirante todo este tiempo; máxime, cuando este blog ha tenido el honor de ver sus entradas reflejadas en la web diocesana de Getafe. Y, sobre todo, me apena no haber hablado más de mi propio testimonio, ya que yo me puedo contar entre los afortunados que vieron su vida cambiar en una Jornada Mundial de la Juventud.
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Menuda pancarta se curró mi parroquia para la ocasión |
Por eso mismo, hoy voy a copiar aquí un microrrelato que hace bastantes meses envié a la Revista Misión con motivo de un concurso literario que convocaron. La
idea era que se enviaran relatos cortos que trataran de viajes, ya que lo patrocinaba una cadena hotelera, y el premio era un fin de semana de hotel para dos personas en el destino que uno eligiera. Yo envié este viaje, que lo fue exterior e interior, y gané el premio. Pero, para que os hagáis una idea de lo idiota que puede volverla a una la pereza, hasta llegar a postergar incluso lo bueno de forma indefinida (como ya comenté en su día), al final no llegué a disfrutar del premio. En cualquier caso, el relato se publicó en la revista, y tenía pendiente ponerlo por aquí ahora que queda tan poquito, para ayudar con ello a que os hagáis una idea de lo que en apenas unos días puede sucederles a tantos y tantos jóvenes en Madrid.
Microrrelato viajero: El viaje que no acaba
Europa se me hacía lejana aquel verano. Tras haber esperado tanto tiempo a tener 17 años para acompañar a mi hermana en una de aquellas peregrinaciones, ahora no estaba segura de querer ir. Los desengaños de mi temprana juventud tiraban hacia adentro. Sin embargo, no habían ahogado mis ganas de conocer ni me habían empujado a romper la palabra dada; con lo cual, emprendí el viaje, rodeada mayoritariamente de gente desconocida, cuya alegría y cordialidad me empezó a sorprender ya antes de salir de España. En Francia, la novedad de pisar suelo extranjero contrastaba con la familiaridad de la que me iban haciendo partícipe: ya cantábamos unidos, reíamos unidos... A nuestra llegada a Los Alpes suizos, con aquel admirable paisaje, contemplamos que la fraternidad no mira fronteras, al ser recibidos por la gente del lugar con suma atención y cariño.
En Marienfield, unos chicos de Timor Oriental intercambiaron danzas, banderas y camisetas con nosotros, y nos cantaron "Qué alegría cuando me dijeron..." en su lengua nativa. |
Y por fin, tras pisar suelo alemán, llegamos a nuestro punto de encuentro: la ciudad de Colonia. Allí, millones de jóvenes como nosotros se congregaban para la Jornada Mundial de la Juventud, junto al Papa Benedicto XVI. La estancia en aquel campo de Marienfeld fue, en sí misma, otro pequeño viaje, al cruzarse con personas de todos los puntos del planeta. Tras el encuentro, volvimos a casa por otro camino, como los Magos de Oriente. Conocimos brevemente la ciudad de Bruselas y regresamos a Francia, haciendo especial parada en Lourdes para acabar nuestro periplo con María. Tras todo este viaje, regresamos a nuestra ciudad, no para poner punto y final al camino recorrido, sino para continuar nuestro día a día mirando al rumbo emprendido en el viaje.
Dentro de menos de dos años, en Madrid, volverán a confluir miles de viajes. Y una vez más miles de historias, nuevas y únicas, serán escritas.
P.D.: mis agradecimientos a la revista Misión. Aprovecho para recomendar, a todo el que no esté suscrito, que la conozca, ¡merece muchísimo la pena!
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