Lo reconozco; tal vez sea un poco egoísta por mi parte. Pero cuando pienso en la Iglesia, automáticamente pienso en mí. Me refiero a que pienso que también está ahí para mí. Pienso en que yo necesito formarme, conocer el porqué de muchas cosas, y sentirme acompañada en la búsqueda de otros muchos porqués que aún nadie conoce pero por los que todos, en mayor o menor medida, nos preguntamos. También necesito una comunidad de la que ser parte, sin dejar por ello de ser persona individual y libre. Y necesito, especialmente, una relación con lo sobrenatural, con Dios, en una palabra, y que esto tenga lugar en un sitio digno, de la mano de las personas apropiadas, que sepan acercarme a esto con su experiencia y su servicio. Qué se le va a hacer: soy humana, y los humanos tenemos también esas necesidades, aunque nos hayan hecho creer que no. Al igual que el estómago ruge cuando hay hambre de pan, algo en el interior ruge cuando hay sed de infinito.
Todas estas necesidades las tengo ahora, las tenía ayer y las tendré mañana, a pesar de que materialmente me encuentre en una situación más o menos cómoda. No tengo por qué esperar a tener necesidades materiales para acercarme a la Iglesia y pedir ayuda a Cáritas.
El que se siente totalmente satisfecho con cómo es él y con cómo está el mundo, el que no cree que necesite cambiar, el que no se necesite necesitado de perdón ni de aprender a perdonar, el que no tiene sed de infinito... ese, obviamente, pensará que la Iglesia es algo innecesario en una sociedad satisfecha como la nuestra, y querrá relegarla a un papel asistencial, dando sobras a «los pobres»; y entenderá a «los pobres» como aquellos que están más necesitados que él en lo material, sin reconocer en él ni un ápice de otro tipo de pobreza de la que ser rescatado. Y verá en estos «pobres» gente a la que llevar comida y vestido desde su posición de estómago lleno y cuerpo abrigado.

Ayer escuché una frase que me pareció de lo más acertada: «La Iglesia en Latinoamérica optó por los pobres, y los pobres optaron por los pentecostales». Es este exceso al que me refiero: el de limitarse a dar pan y olvidarse de abrir a los demás a lo trascendente. Muchos buscarán después lo trascendente donde sea, aunque en el camino pierdan el pan.
Sólo el que ha aprendido a escuchar a Dios puede oír en su interior aquello de «dadles vosotros de comer». Qué estupidez por nuestra parte cuando nos empeñamos en elegir entre dos cosas que no van sino de la mano.
1 comentario:
qué grande eres, Sus... Gracias por estas reflexiones tan certeras...
Publicar un comentario