miércoles, 23 de mayo de 2012

¿Nadie es una isla?

Dicen que nadie es una isla. A mí me lo dijeron de niña, en un momento en el que debía oírlo, aunque no me apeteciera demasiado. Lo había leído muchas veces en la estantería de casa, entre otros muchos títulos de libros. Pero no acababa de darle sentido hasta que alguien me explicó que nadie está del todo aislado de los demás, que nadie es del todo independiente del resto, y, que, por consiguiente, lo que yo hiciera repercutiría de algún modo en otros, provocaría alguna respuesta, grande o pequeña. Para bien o para mal, nadie es invisible.

Pero... ¿realmente queremos que esto sea así? Parece que está en nuestra naturaleza tener que convivir, ¿vemos esto como una bendición o como una condena? En estos tiempos en que un hombre cargado de petrodólares puede construirse una isla artificial para él solo, y que el compromiso de por vida de alguien tiene más que ver con el techo que le cobija que con la persona con la que se tumbe a mirarlo, me pregunto qué es exactamente lo que nos une, lo que nos hace conocernos, tratarnos, considerarnos importantes unos a los otros, qué decide nuestros amores y compañías; y qué nos hace, por otro lado, olvidarnos, sernos indiferentes, darnos la espalda. ¿Simplemente... coincidimos? ¿Chocamos como bolas de billar? Algunos hablan del "destino". Decir eso y nada es lo mismo. Creo atisbar una respuesta de índole sobrenatural bastante más compleja, relacionada con el concepto de vocación, de elección, de comunión, de desarrollo común de un camino hacia una meta. Pero mirar un poco alrededor, a lo voluble y efímero de muchas de nuestras relaciones, oscurece bastante la conciencia de esto. ¿Qué nos hace apreciar a las personas a las que apreciamos? ¿Es acaso el tiempo compartido, las experiencias vividas, la deuda contraída, los intereses comunes, los lazos de sangre? ¿Una mezcla de todo esto y algo más? ¿Y qué hace que todo ello se diluya en un momento dado? ¿El tiempo perdido, los cambios vitales, la tierra de por medio, nuestra dejadez, nuestra desidia, nuestra traición activa o pasiva?

Si tuviéramos a nuestro alcance todos esos petrodólares, ¿nos fabricaríamos una isla para nosotros solos? ¿Nos la estamos construyendo ya, tal vez, con herramientas más baratas pero mucho más efectivas cuando de aislar se trata? ¿Dejamos que sea la coincidencia espacial y temporal, los choques de bola de billar, los que decidan nuestros amores y nuestras indiferencias?

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