Hace unos días tuvo lugar el debate entre
los dos principales candidatos de nuestro país para las Elecciones al
Parlamento Europeo que se celebran hoy. Al día siguiente, el candidato
del Partido Popular, Miguel Arias Cañete, afirmó que se había contenido
mucho en su discurso porque mostrar «superioridad intelectual» frente a
una mujer habría sido claramente tachado de machismo. Vaya, que don
Miguel concibió el debate como una guerra entre Alemania y
Liechtenstein, como una pelea entre Vin Diesel y Peter la Anguila, como
una partida de ajedrez entre Kasparov y Belén Esteban, o como un duelo
interpretativo entre Luis Tosar y Mario Casas. Desigual a todas luces.
Vamos, que Cañete pensaba que se comería con patatas a Valenciano y aún
se quedaría con hambre.
Ahora el candidato del Partido Popular ha pedido
disculpas. Se hizo de rogar seis días (una eternidad, en plena
campaña), pero el tema ya ha acaparado el debate político el tiempo
suficiente como para sacar las cosas de quicio. Cañete dio por hecho que
las tenía todas consigo, pero que algo jugaba en su contra: la
sobreprotección que, presuntamente, se ejerce sobre una mujer cuando
esta está compitiendo con un hombre en desigualdad de condiciones.
Imaginemos por un momento que la situación hubiera sido al revés, y
Valenciano (que tampoco es el paradigma del respeto y la consideración)
hubiera dicho al día siguiente que no estuvo muy fina porque le daba
reparo acorralar dialécticamente a un señor mayor. ¿Habría sido tachada
de gerontófoba (término que no se emplea nunca, aunque nuestra sociedad
lo es cada vez más)? Probablemente, no. Aunque en campaña ya se sabe que
todo vale, o eso parece.
Lo cierto es que fue un debate desigual, pero no porque
uno fuese abogado del Estado y la otra no haya terminado la
licenciatura, como se ha dicho por ahí con muy mala leche. No. Era
desigual porque son dos personas totalmente distintas. El error no está
tanto en las palabras de uno o de otro. Está en hacer un «cara a cara»
con ellos dos, haciendo de la oposición entre ambos el centro del debate
político actual. ¿Se juegan algo el uno contra el otro? Ese es el
problema: que sí, que hemos convertido algo que debe ser de todos en
cosa de dos (curiosamente, también hemos convertido lo que ha de ser
cosa de dos en asunto de todos, pero ese es otro tema). Cuanto más se
tiran los trastos a la cabeza, más convierten en una batalla personal lo
que ha de ser un asunto social (del mismo modo que pretendemos que
asuntos naturalmente sociales se reduzcan a lo meramente personal). Y
cuanto más enfrascados están en sus batallas personales, menos estarán
haciendo aquello para lo que se supone que son elegidos. Y, lo que es
más importante, cuanto más entremos los ciudadanos en esas batallas del
«nosotros contra vosotros» y del «y tú más», más estaremos olvidando que
lo que se juega no es un partido de fútbol entre equipos de diferentes
colores, y que los protagonistas debemos ser nosotros, no solo ellos. Y
que mientras sigamos votando en contra de Fulanito o de Menganita, y
menos a favor de lo que consideremos mejor para todos, estaremos
perpetuando los males que hoy nos aquejan como sociedad.
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