domingo, 10 de marzo de 2013

Hospitalidad

El ayuno que yo quiero es este: partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne. Isaías 58, 7
A los que buscamos a diario acudir a la Liturgia de las horas, este texto y otros muy similares nos interpelan continuamente durante la Cuaresma. Como se puede ver, es un mandato directo, claro, contundente. Cada cual está llamado a vivirlo de un modo, pues hay muchas formas de acoger, todas ellas necesarias.

Sin embargo, hace unos días pude saber de personas concretas que, a título personal, se dedican a acoger en su casa, en su familia, a otras personas que, de otro modo, probablemente estarían en la calle o a saber dónde y cómo. Generalmente, inmigrantes que han tenido que atravesar situaciones de lo más variopinto. Y estas personas no lo hacen de modo puntual, sino que se trata de algo indefinido, como indefinidas son las situaciones de precariedad que muchos atraviesan.

Cuando vi aquello, no pude menos que acordarme de la cita de Isaías y de otras tantas similares. Algunas de estas personas generosas también las conocerán, otras no, algunas creerán, otras no, pero es algo que está en nuestra raíz, en lo que somos a nivel personal y social.

Sí, está en la raíz del humanismo de nuestra cultura que, aunque cada vez lo desdibujemos más, es un humanismo cristiano. Humanismo cristiano del que muchos reniegan, y que otros abanderan con resultados más que discutibles.

Porque, al parecer, está en mente de quienes hacen las leyes añadir una reforma del código penal que permitiría que las personas que acogen en su hogar a los extranjeros que lo necesitan puedan ser juzgados al mismo nivel que quienes cometen o ayudan a cometer un delito, y puedan ser castigados por ello. Sorprendente, desconcertante: de esas cosas que una espera haber entendido mal.

Sorprendente también que una se haya enterado de esto de pasada, que se hable tan poco de ello.

Hemos vaciado algunas cosas de tal modo que hemos tenido que institucionalizarlas y blindarlas legalmente para que tengan peso. Se nos olvida que estaban ahí desde antes de que nosotros nos decidiéramos a reconocerlas, y que seguirán ahí aunque nos queramos ocupar de otros asuntos de mayor «interés público». La solidaridad entre personas existe desde antes de que decidiéramos hacer organizaciones para ello. Y pobres de nosotros si lo olvidamos y perseguimos o arrinconamos al que lo recuerda.


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