sábado, 7 de abril de 2012

Dios ha muerto

Hoy, Sábado Santo, he tomado entre mis manos un libro que adquirí hace tiempo pero en el que aún no había tenido ocasión de adentrarme. Se llama El sábado de la historia, y en él se combinan unas reflexiones de Joseph Ratzinger (nuestro actual Papa Benedicto XVI) y la obra pictórica del estadounidense William Congdom. Las palabras que he encontrado en las páginas que he leído han sido tan certeras, tan reflejo de lo que nos ocurre, que he querido compartiros algunos fragmentos que sirvan para la reflexión. Sólo me hago eco de ello, comparto estas pequeñas gotas de verdad, pero, por supuesto, nada mejor que conseguir el texto entero y detenerse en todo él.

«El misterio terrible del Sábado Santo ha adquirido en nuestro tiempo una realidad aplastante. Ya que esto es el Sábado Santo: día de la ocultación de Dios, día de esa paradoja inaudita que nosotros expresamos en el Credo con las palabras "descendió a los infiernos", descendió dentro del misterio de la muerte».

«¿No es este, de una manera impresionante, nuestro día? ¿No comienza nuestro siglo a ser un gran Sábado Santo, día de la ausencia de Dios, en el que hasta los discípulos tienen un vacío helador en el corazón?».

«Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado, recluyéndolo en la concha rancia de nuestros pensamientos habituales, exiliándolo a una forma de piedad sin contenido de realidad y perdida en el giro de las frases devocionales o de las preciosidades arqueológicas; nosotros lo hemos matado a través de la ambigüedad de nuestra vida, que ha extendido un velo de oscuridad también sobre él».

«La imagen que (los discípulos) se habían formado de Dios, en la que habían tratado de encerrarlo, debía ser destruida para que ellos, a través de los escombros de la casa derruida, pudieran ver el cielo, a él mismo».

«La Iglesia, la fe, ¿no se asemejan a una pequeña barca que parece naufragar, que lucha inútilmente contra las olas y el viento, mientras Dios está ausente? [...] Cuando la tempestad pase nos daremos cuenta en qué medida nuestra poca fe estaba cargada de insensatez».

Finaliza Ratzinger su meditación con una preciosa oración de un párrafo entero, que termina así:
«No permitas que tu palabra se pierda en el gran derroche de palabras de estos tiempos. Señor, danos tu ayuda, porque sin ti naufragaremos».

2 comentarios:

Angelo dijo...

No es un sueño ni una ilusión. Se ha abierto para nosotros la fuente de la vida.Con la luz de la Pascua, los discípulos comprendieron quién era realmente Jesús.
Jesús, el Viviente, se hace presente en nuestra vida de un modo nuevo
Aleluya. Cristo ha resucitado. ¡Él es nuestra vida!
Un abrazo

RaMiRo dijo...

Me ha encantado, tanto las palabras de Benedicto XVI como tus comentarios, he descubierto hoy este rincón en Internet y me he vuelto adicto, jejeje.