lunes, 12 de marzo de 2012

Signo de contradicción

Llevar o no llevar un crucifijo al cuello. Se sigue a vueltas con esta cuestión. Hoy, la web 20minutos.es propone esta encuesta: ¿Crees que debería ser un derecho protegido el llevar puesto un crucifijo visible al lugar de trabajo?. Esto viene a propósito de dos mujeres británicas a las cuales se despidió del trabajo por esta razón. El Gobierno de su país lo ha llevado al tribunal de los Derechos Humanos de Estrasburgo. Resulta paradójico, así de inicio, que se lleve ante este Tribunal no la defensa de un derecho, como es el de la libertad de conciencia y credo, sino precisamente la vulneración del mismo.

Pero me gustaría sobre todo desde aquí apelar al sentido común. Una cruz al cuello. Fijaos qué cosa tan pequeña. Algo que generalmente no rompe ninguna estética, porque las hay de mil modelos distintos. Los cristianos, y entre ellos estas mujeres británicas, no estamos ni siquiera "obligados" a llevarla , lo hacemos porque queremos y si queremos igualmente nos la podemos quitar, pero sabemos que llevarla nos ayuda a tener presente a Cristo y es algo que nos identifica y nos ayuda a dar testimonio. Pero, para el que no le ve significado alguno, se trata simplemente de algo que llevamos al cuello. Veo, por tanto, algo absurdo que se trate de compararla con otros elementos, religiosos o no, que cambian por completo la estética de la persona, como velos o sombreros (como dice la encuesta que menciono). Estos elementos, sin entrar en significados de ningún tipo, rompen la uniformidad que se requiere en ciertos trabajos, que es de lo que se trata aquí, supuestamente. Pero... ¿una cruz? ¿Alguien se mete con otro tipo de colgantes que las personas llevan en su cuello por las más variopintas razones? A lo mejor es que no se trata de un colgante más. A lo mejor, pues, es que a alguien le molesta que lleve una cruz al cuello, aunque apenas se vaya a parar a mirarme con el detenimiento suficiente para reparar en ella, porque ve en esa cruz algo que cree necesario que no salga de las casas, los tempos y la intimidad de las personas. Pero resulta que mi cuerpo es mío, más mío que el templo y que mi casa. Y se supone que con mi cuerpo puedo hacer lo que quiera... ¿no? ¿No se trata de eso? ¿No estábamos de acuerdo todos en ello, o lo debemos estar si queremos ser modernos y tal? Entonces... ¿a quién le puede molestar que yo lleve sobre mi cuerpo la Cruz de Cristo? Si en un trabajo me piden, por ejemplo, que vista con camisa azul, pantalón azul y pelo recogido, me ajustaré a esas normas y no romperé esa uniformidad. Pero una cruz en mi cuello, en el cuello de esas mujeres, no rompe nada, salvo los esquemas de quienes quieren perderla de vista.

Como diría Boromir en El Señor de los Anillos: La comunidad del Anillo: «Qué extraño destino tener que sufrir tanto miedo y dudas por algo tan insignificante... tan irrisorio...». Lo decía del Anillo Único, bien distinto de la Cruz, pero esta frase vale en ambos sentidos, pues parece que a algunos sí les suscita algo parecido al miedo o a las dudas. Y resulta que al final no es algo tan irrisiorio ni tan insignificante. Y resulta que, una vez más, la Cruz de Cristo, desde su silencio y aparente pequeñez, vuelve a ser signo de contradicción, escándalo para unos, necedad para otros, o tal vez ambas cosas al tiempo para muchos.
«Este está puesto para caída y elevación de muchos, y como signo de contradicción  [...], a fin de que queden  al descubierto las intenciones de muchos corazones»  Lucas 2, 34-35

1 comentario:

Angelo dijo...

Exactamente es eso, ¡ no es un colgante más! Les molesta. Yo hace tiempo que intento manifestarlo de cualquier forma. Viene muy bien la mochila de la JMJ, donde la cruz está muy bien colocada. Un abrazo