jueves, 31 de marzo de 2011

Un pasajero atrevido

Ha sucedido esta mañana. Javi y yo estábamos sentados en el tren en dirección a la Universidad. Acababa de abrir el Diurnal: pretendíamos rezar Laudes para iniciar el día. Es bello poner los ojos en «el sol que nace de lo alto» cuando el día comienza a asomar por las ventanas del tren. Pero entonces, un hombre de mediana edad y procedencia hispanoamericana se ha puesto en el centro y ha empezado a hablar. «Disculpen que les moleste, que interrumpa sus conversaciones o lecturas, no vengo a venderles nada...». Lo primero que he pensado es que iba a contarnos que estaba en paro y necesitaba una ayuda para sacar a su familia adelante. Desgraciadamente, eso es lo que se oye día a día en el tren y el metro, cada vez con más frecuencia. «Vengo a hablarles de Dios. A decirles que Dios les ama...». Vaya, pues me he equivocado. Tras abrir el fuego, ha continuado diciendo que el mundo cree que Dios no existe, o que Dios no es bueno, porque vive al margen de Él, le ignora... Luego ha empezado a hablar de Jesús, de su muerte en la cruz, de cómo eso nos ha salvado, y de cómo en la Biblia podemos encontrar respuestas. La mayoría de los pasajeros ignoraba, se oían alguna risas. Yo, lo reconozco, me sentía algo incómoda. Siempre que alguien habla, canta o toca un instrumento en el transporte en el que voy, procuro escucharle y no seguir como si esa persona fuese parte del mobiliario. Lo considero un gesto de respeto y de interés: al fin y al cabo, todo el que hace algo de eso lo hace por alguna razón, quiere comunicar algo al resto de personas. Me incomoda la indiferencia de la mayoría. Pero, en este caso, también me incomodaba el tema: como católica, considero que aparecer a bocajarro con una predicación en medio de un tren tiene más posibilidades de recibir un rechazo virulento que de ser bien acogido. Aunque nunca se sabe.

El caso es que un pasajero ha debido sentirse verdaderamente incómodo. «Váyase a otro lado; nos está dando aquí la vara con Jesús y no nos interesa». Javi, que mantiene siempre una actitud de respeto que ya me gustaría a mí, le ha contestado: «yo le estoy escuchando». Una mujer, también latinoamericana, le ha dicho a nuestro osado pasajero predicador: «no te preocupes, no te está rechazando a ti, está rechazando a Dios». El hombre continuaba su discurso: «yo soy entrometido por venir hoy a interrumpirles y contarles esto; pero Jesús no es entrometido: él no va a entrar en sus vidas si ustedes no le dejan; él dice : «mira que estiy a la puerta y llamo»... El pasajero molesto, entonces, se ha sumergido en el lodo: «eso díselo a los curas, que violan niños». Javi, sin perder el respeto, le ha contestado: «sí, todos... ¿verdad?, será que usted conoce muchos curas». «¿Y tú?», contesta, a la defensiva. «Más que tú, seguro; no se puede generalizar». Otras pasajeras comentaban: «bueno, ahora se van a pegar estos» como si no se puediese defender aquello que se ama de un ataque tan gratuito sin llegar a la violencia.

El pasajero predicador se ha ido sin decir muy claro de dónde venía, si era de alguna comunidad evangélica o si era de esos que leen la Biblia aisladamente como si no hubiera sido gestada en el seno de la Iglesia.
Y como digo, yo he vivido un momento más bien tenso y una mezcla de impresiones. Por un lado, valoro la osadía de ese hombre, el no mirar respetos humanos sino, y ante todo, anunciar a Dios de la manera que él cree correcta. Por otro lado, creo que la eficacia del testimonio de una vida entregada es la mejor predicación. Además, dicen que no hay mayor estupidez que responder a una pregunta que nadie te ha hecho. No digo que este hombre sea estúpido: la pregunta sobre Dios está en cada uno de los hombres, hasta en aquellos que recurren a lo más bajo para descalificar. Pero también hay que tratar de saber cómo plantear la respuesta, si es que esto es posible.

En cualquier caso, varias personas se habrán ido hoy al trabajo pensando en Dios más que otros días a causa de este hombre. Y yo le he tenido presente en las preces de las Laudes, una vez se ha ido. A él, y al hombre que para defenderse de una supuesta molestia ha recurrido al insulto y a la acusación.

Salta a otro mar
Aprovecho para proponer un interesante enlace que he descubierto recientemente y que está ligeramente relacionado con lo que acabo de contar:
«¿Es usted cura? No puedo mirarle a usted ni a ningún otro sin pensar en un abusador sexual», testimonio del arzobispo de Nueva York.

2 comentarios:

Angelo dijo...

Menudo testimoniazo. Y encima vas y lo cuentas con una emoción que me hace poner los pelos de punta. Creo que vamos camino de vivir escenas similares. A veces imáginamos a los santos cuando predicaban que se encontraban un público afín. No era así, a la mayoría los echaban a pedradas o apaleados. Basta leer a San Pablo y los Hechos de los Apóstoles. ¡Olé por Javi!
¡¡¡ Me ha encantado esta entrada!!!
Ánimo no caminamos solos.
Un abrazo

Juanjo dijo...

Es siempre bueno escuchar, Susana, es verdad.
Un abrazo.