viernes, 25 de marzo de 2011

¡Qué papelón!

¡No me he ahogado! Sigo por aquí, pero pido disculpas por el abandono al que ha estado sometido mi blog. Una de las mayores batallas que tiene por delante una persona es la de la conquista de su propio tiempo, aquel que le ha sido concedido para vivirlo plenamente. Pero es una batalla ardua, al menos en mi caso. Actualicé por última vez al final del tiempo de Navidad, y ya estamos bien entrada la Cuaresma... ¡pero os aseguro que no esperaré a la Pascua para seguir escribiendo!

Hoy celebramos la Anunciación, la llamada única que recibió María, cuya respuesta, un "sí" confiado, lo cambió todo. El sábado pasado, 19, celebrábamos el día de San José: día del Padre y día del Seminario. José, esposo de María, la Madre del Señor. Situémonos por un momento en el momento en el que José supo el plan que estaba reservado para él... debió quedarse ojiplático: ¡qué papelón tenía encima!  Se encontró con que, de repente, tenía como labor custodiar la vida del Salvador y de su Madre, cuidarlo como cualquier padre cuida a su hijo, trabajar para alimentarlo y darle su sencillo ejemplo. Dios contaba con él para crecer como hombre. Casi nada. Y José se fió. No sé lo que se le pasó por la cabeza, pero se acabó fiando. Podría haber pensado mil cosas, y no me refiero a sospechar de María. Podría haberse dicho a sí mismo que quién era él para que se le encomendara semejante tarea; podría haber antepuesto sus inseguridades a la confianza. También podría haber pensado que aquello no entraba en sus planes. Quizá, que estaba muy ocupado como para hacer caso a esas cosas... y entonces habría puesto todas sus ocupaciones por encima de Dios. O podría haber pensado "ya mañana, si eso, me ocuparé": su pereza habría estado por delante.

No, no es que me guste imaginar futuribles con José como protagonista. A donde quiero llegar es que nosotros también tenemos "papelones" en nuestra vida, también se nos ha confiado algo; lo de José y María fue único y excepcional en la historia humana, pero ninguno hemos venido a transformar oxígeno en CO2 y comida en excremento, sobrevivir lo mejor posible y luego pudrirnos mientras alimentamos a otros bichos. No. Dios cuenta contigo y conmigo. Tenemos un papel protagonista, pero tendemos a acomodarnos en nuestras inseguridades («qué voy a hacer yo, quién soy yo»), nuestras perezas («hoy no, mañaaana»), nuestros muchos afanes («qué mal me pilla todo») y mil cosas más, y nos acabamos conformando con ser secundarios o extras. Y todo por no asumir aquello tan grande a lo que estamos llamados.
José podría haberse perdido en esas cosas, pero confió. En su día, felicitamos a los padres, a los que se les ha confiado custodiar una vida humana (o varias), con todo lo que ella conlleva. También ponemos los ojos en el Seminario, donde esos chicos han aceptado, a pesar de todas sus imperfecciones, que Dios quiera contar con ellos para hacerse presente entre los hombres, y quiera valerse de sus manos para hacerse Eucaristía, para perdonar, para dar su Espíritu a los nuevos bautizados y, para, en resumen, manifestar su amor hacia el mundo.

Fiarse... ¡qué difícil, y qué necesario!

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