domingo, 28 de noviembre de 2010

Bendecidos en el tiempo

Decía anteriormente que muchas veces vivimos como vencidos por el tiempo. El tiempo pasa inexorablemente, queramos o no, y nos arrastra. También arrastra muchas cosas que componen nuestra vida, muchos buenos momentos, personas que formaron parte importante de ella... sumergidas en el tiempo, es como si las lanzásemos involuntariamente al mar y el oleaje las alejara irremediablemente de nosotros. Miras al horizonte, las recuerdas, y asumes como puedes la distancia que se ha formado. Cuanto más mayor me hago, más cosas veo hundidas en ese mar que se extiende hasta el horizonte. Y cada día se pierde y parece estar lleno de nuevos y pequeños naufragios.

Cabría pensar entonces si acaso nuestro enemigo no es el tiempo, sino nuestra forma de asumirlo, y de asumir las cosas en él. Nuestra capacidad para dejarlo pasar con su oleaje sin poner amarras ni siquiera en lo que nos importa, para que no se lo lleve la marea. Si vivimos con prisa, ¿no será porque no nos hemos aliado con el tiempo y lo hemos querido empachar con cosas y más cosas?

El otro día leí, no recuerdo bien dónde ni a quién se atribuía, una frase que me llamó poderosamente la atención: "Tenemos exactamente el tiempo que Dios nos ha dado. Ni menos, ni más". Para lo que debemos hacer, es suficiente (porque a nadie se le va a pedir nada que no esté en sus posibilidades); pero no podemos permitirnos echarlo a perder... sería una estupidez con un toque masoquista, estaríamos buscando el agobio constantemente (como de hecho pasa muy a menudo).

Recuerdo algo que me resultó muy llamativo cuando vi la película La última cima. Y es que, a la vista de aquellos testimonios, la vida de Pablo Domínguez me resultó, sin duda alguna, una vida bien aprovechada. Encontré admirable ver cómo un hombre con la vista puesta en lo eterno como él la tenía, que hacía cada día sus dos horas de oración, lograba por otro lado una gestión tan maravillosa del tiempo que se le había dado. Para aquellas personas con las que compartió su vida, nunca parecía ser un tipo con prisa que te despachaba rápido, sino alguien que les dedicaba su tiempo, fuera o no escaso, con todo el amor de que era capaz. Aquello me llenó de admiración. "Ojalá pudiera vivir así el tiempo", me dije. Sería mejor que tener superpoderes.

Pues bien, hoy empezamos el Adviento. La fe nos enseña que el tiempo, lejos de ser un enemigo, es el lugar de encuentro con la eternidad. Que hemos sido bendecidos en el tiempo, pues Dios mismo, sin dejar de ser eterno, se ha manifestado en un tiempo y en un lugar concretos. Es un misterio que se nos escapa (vaya, si no, no sería un misterio). El Adviento debe enseñarnos a valorar el tiempo, a emplearlo en lo esencial, con vistas en lo eterno, con esperanza. Debe enseñarnos a vivir con gratitud por lo recibido, pero sin hacerlo nuestro absoluto, pues antes que el don existe el Dador. Al menos, así me gustaría vivir este tiempo, y todo el que tenga por delante.

1 comentario:

Angelo dijo...

Me gusta como escribes. Haces que todo se entienda muy bien. Creo que el tiempo se nos ofrece generosamente. Somos nosotros los que empezamos a trocearlo de forma desigual y nos damos cuenta de que las raciones no han sido las apropiadas. Nos equivocamos a la hora de repartirlas y luego descubrimos que no ha llegado para todo. El tiempo va muy ligado a nuestros apegos. No sabemos desprendernos de lo que no importa, de lo vanal, de aquello que muchas veces obstaculiza aprovecharlo de verdad.
Una estupenda reflexión que te agradezco.
Abrazos