sábado, 11 de abril de 2020

La otra María

¿Quién y cómo eras? No sabemos apenas de ti. Está claro que eras una de las santas mujeres que acompañaban a Jesús. Santas mujeres, así, en plural. Pero desconozco si se te tiene una devoción específica en alguna parte. Hoy quiero mirarte un poco también a ti, testigo mudo del acontecimiento fundamental de nuestra historia. Miembro de la familia natural del Señor. Madre de cooperadores directos suyos. Compañera de la Magdalena. Probablemente mayor que ella, en circunstancias normales seguramente no tendríais nada que ver. Tal vez una madre de familia nunca se hubiera juntado con una mujer tachada de adúltera, o de la que Cristo había tenido que expulsar siete demonios. Y, sin embargo, Su presencia os hizo hermanas. Juntas frente al sepulcro, sois el inicio de la naciente comunidad. Compartir el nombre de la Madre es también signo de que compartís con ella mucho más: una misión, la de alumbrar a la nueva humanidad redimida. Mujeres en el huerto, nuevo jardín del Edén, a la espera del fruto del Árbol de la Vida, que ya había empezado a germinar en las entrañas de la tierra.
Sois imagen de nuestras parroquias, de nuestras comunidades. Cuántas preciosas relaciones de fraternidad solo han sido posibles en el seno de este divino huerto. Cuántas personas distintas, opuestas, potenciales enemigas incluso, han sido hechas hermanas solo en el seno de la comunidad de los bautizados. Hoy todos somos, el algún modo, «la otra María»: nuestro lugar, silencioso, al pie del sepulcro. Junto a los otros amados. Mirando a aquella con la que compartimos nombre y dolor. En estos días estamos contemplando de un modo terrible cómo el dolor y la adversidad unen a las personas. Aunque se trata de un pegamento muy frágil si no se suma la esperanza. La esperanza que dice que también estamos llamados a compartir -en una unión más duradera y perfecta- la alegria y la gloria.

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