La
palabra con la que rescato del letargo este rinconcillo mío en la
red es, desde el punto de vista etimológico, bastante transparente:
tenemos, por un lado, la preposición «con», que indica compañía,
y, por otro, «pasión». ¿Y qué es pasión? Mucho me temo que
estamos ante otra palabra manoseada. Hemos vaciado de significados
«pasión», y lo mismo ha ocurrido con «compasión», de manera que
ya, más que hermanas, las hemos convertido en antónimas.
Y
es que al hablar de pasión, lo que nos viene a la mente suele estar
relacionado con el individualismo más exacerbado, lo irracional, lo
primario, los impulsos y apetitos, y generalmente encontramos el
término vinculando con lo erótico. Visto así, no queda lugar para
ningún «con-»:las pasiones son sufridas o gozadas por cada uno, en
su fuero más interno, y chocan con las pasiones ajenas, a veces a
modo de encuentro, y a veces a modo de desencuentro y de conflicto.
Pero, tras el choque, cada cual sigue su camino con sus pasiones.
Ante
este panorama, su palabra hermana, o mejor dicho, hija, queda también
vaciada: cuando oímos «compasión», generalmente la tenemos por
sinónimo de «lástima». Y una palabra que lleva en sí misma la
alusión a la comunión vuelve a ser reducida a un mero sentimiento
individual y momentáneo.
La
compasión es ni más ni menos que «padecer con». Hacer propio el
sufrimiento del otro, su padecer, su «pasión». Por evitar las
connotaciones negativas con las que hemos cargado al término, hoy
preferimos hablar de «empatía». En cualquier caso, algo que
resulta complicado en medio de la «globalización de la
indiferencia»,tal y como ha denunciado recientemente el PapaFrancisco.
En
estos días hablamos de otra Pasión, esta con mayúscula, «por
antonomasia», como afirma el Diccionario de la RAE. En estos días
se derraman lágrimas o se guarda reverencial silencio contemplando
al que padece por todos nosotros, seamos o no conscientes de ello.
Aparecen sentimientos que mueven a la compasión. No debemos obviar,
sin embargo, que hay una compasión primera, previa a la Pasión:
Jesús padece de forma voluntaria porque se compadece del dolor y la
miseria humana. Nosotros, que padecemos tantas veces, de forma
involuntaria o no, estamos llamados a esa misma compasión.
Estos
días habremos contemplado la Pasión como meros espectadores si no
buscamos salir de ellos pidiendo ser transformados y «contagiados»
por esa compasión de la que brota el acontecimiento que celebramos.
Solo de esta manera, sufriendo con en que sufre, haciéndonos cargo
del otro, abrazando los dolores y alegrías que salen a nuestro
encuentro, podremos llevar esperanza en medio de este mundo enfermo
de indiferencia.
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